He aquí mi desván, dicho en buen cubano mi
cuarto de desahogo, ese lugar al que van a parar aquellas cosas, quizás no tan
útiles en el presente, de las cuales, sin embargo, no podemos desprendernos;
rectifico, no queremos desprendernos. De hacerlo, dejaríamos de ser nosotros.
Pertenezco a una generación que, si bien
dista, cronológicamente hablando, dos o tres lustros de la del escritor
Leonardo Padura, a quien suelo leerme de un tirón, se parece bastante a la
suya. Mi generación también creyó. Creyó en la certeza de un futuro mediato, con
sabor a puerta abierta, como diría el trovador.
Nuestra entrada y salida de la adolescencia
transcurrió en los casi prósperos años ochenta del siglo XX; en tanto, la
adultez temprana, la veintena, tuvo como contexto los tortuosos noventa, post
derrumbe del campo socialista. Menudo contraste.
Fuimos jóvenes que, a fines de la penúltima
década de la pasada centuria obtuvimos, en la mayoría de los casos, soñadas
carreras universitarias. Antes, en secundaria y pre, acostumbrábamos, los
sábados en la noche, a “cazar descarguitas”. Significa algo muy diferente a la acepción de una
frase similar que usan los chicos de hoy. Consistía en encontrarnos en el
parque central y correr la voz, entre amigos y conocidos, de una fiesta que se
estuviera celebrando en un reparto cercano o lejano, poco importaba.
Hacia allá íbamos, con nuestras sonoras
risas e intrascendentes comentarios,
para bailar, “lento o movido”, con Eros Ramazzotti, Elton Jonh, Roberto Carlos,
Ruben Blade, Sheena Easton, A-HA, Cindy Lauper, Air Supply, Foreigner, África,
Tears for tears, Daryl Hall y John Oates, Irene Cara, Los Van Van, Michael
Jackson…. Y aquí me detengo, para que otros coetáneos completen la lista.
También disfrutábamos, aunque no bailando, más
bien aprendiendo a pensar, de Pablo y su “Yolanda”, de Silvio y su “Ojalá” y
del “Guillermo Tell” de Carlos Varela.
Gustábamos de enamorarnos por aquellos
tiempos en playas “democráticas”, al estilo de las descritas por el "Juan con todo" de Nicolás
Guillén. Dichosos nosotros, bajo el cielo estrellado y sobre la arena. Ajenos a
la frustración de no ostentar una “cerveza de latica” o un móvil que
interrumpiera los besos del amor primigenio. Los besos que resumían la ilusión,
en su estado más puro, pero ilusión al fin y al cabo.
Hoy, como parte de esa generación, ya
transito los cuarenta y aún no me avergüenzo de la esperanza, sobre todo de la
que emana del hallazgo de una fuerza
imbatible; la Fe en lo Divino.
¿Cómo no andar reconciliada con la esperanza
si, por ejemplo, al comunicarle a la mejor de mis muchas bendiciones, mi hijo, el
nombre de este blog, me dijo “será como una habitación donde se guardan los
recuerdos” ¡Qué bien que mi primer lector captó la idea!
Entonces, he aquí mi desván. Invito a entrar
a los curiosos y prometo que enseñaré algo, pero advierto, solo algo de lo que
me es entrañable.