miércoles, 26 de diciembre de 2012

La entrada...




He aquí mi desván, dicho en buen cubano mi cuarto de desahogo, ese lugar al que van a parar aquellas cosas, quizás no tan útiles en el presente, de las cuales, sin embargo, no podemos desprendernos; rectifico, no queremos desprendernos. De hacerlo, dejaríamos de ser nosotros.

Pertenezco a una generación que, si bien dista, cronológicamente hablando, dos o tres lustros de la del escritor Leonardo Padura, a quien suelo leerme de un tirón, se parece bastante a la suya. Mi generación también creyó. Creyó en la certeza de un futuro mediato, con sabor a puerta abierta, como diría el trovador.

Nuestra entrada y salida de la adolescencia transcurrió en los casi prósperos años ochenta del siglo XX; en tanto, la adultez temprana, la veintena, tuvo como contexto los tortuosos noventa, post derrumbe del campo socialista. Menudo contraste.

Fuimos jóvenes que, a fines de la penúltima década de la pasada centuria obtuvimos, en la mayoría de los casos, soñadas carreras universitarias. Antes, en secundaria y pre, acostumbrábamos, los sábados en la noche, a “cazar descarguitas”. Significa algo muy diferente a la acepción de una frase similar que usan los chicos de hoy. Consistía en encontrarnos en el parque central y correr la voz, entre amigos y conocidos, de una fiesta que se estuviera celebrando en un reparto cercano o lejano, poco importaba.

Hacia allá íbamos, con nuestras sonoras risas  e intrascendentes comentarios, para bailar, “lento o movido”, con Eros Ramazzotti, Elton Jonh, Roberto Carlos, Ruben Blade, Sheena Easton, A-HA, Cindy Lauper, Air Supply, Foreigner, África, Tears for tears, Daryl Hall y John Oates, Irene Cara, Los Van Van, Michael Jackson…. Y aquí me detengo, para que otros coetáneos completen la lista.

También disfrutábamos, aunque no bailando, más bien aprendiendo a pensar, de Pablo y su “Yolanda”, de Silvio y su “Ojalá” y del “Guillermo Tell” de Carlos Varela.

Gustábamos de enamorarnos por aquellos tiempos en playas “democráticas”, al estilo de las descritas por el "Juan con todo" de Nicolás Guillén. Dichosos nosotros, bajo el cielo estrellado y sobre la arena. Ajenos a la frustración de no ostentar una “cerveza de latica” o un móvil que interrumpiera los besos del amor primigenio. Los besos que resumían la ilusión, en su estado más puro, pero ilusión al fin y al cabo.

Hoy, como parte de esa generación, ya transito los cuarenta y aún no me avergüenzo de la esperanza, sobre todo de la que emana del  hallazgo de una fuerza imbatible; la Fe en lo Divino.

¿Cómo no andar reconciliada con la esperanza si, por ejemplo, al comunicarle a la mejor de mis muchas bendiciones, mi hijo, el nombre de este blog, me dijo “será como una habitación donde se guardan los recuerdos” ¡Qué bien que mi primer lector captó la idea!

Entonces, he aquí mi desván. Invito a entrar a los curiosos y prometo que enseñaré algo, pero advierto, solo algo de lo que me es entrañable.