martes, 10 de marzo de 2015

Mi papá que es tan simpático…



Cuando se dice que las niñas son muy apegadas a sus padres se suele tener mucha razón. En mi caso, además de paradigma e inspiración, mi progenitor era para mi un magnífico compañero de juegos y un verdadero camarada. Con él compartía muchas aficiones como el gusto por el cine y la lectura y también disfrutábamos convertir en dramatizado humorístico, o hasta en canciones, cualquier episodio de la vida cotidiana.

Desde pequeña descubrí la bis cómica de mi padre y aprendí a convivir con ella. Así se manifestó cuando, siendo aún muy chica, solía saludar a una pareja de novios adolescentes que pasaban por mi casa. La joven enamorada, llamada Jorgelina, vivía en mi calle y no sé por qué se despertó en mi la curiosidad por saber el nombre de su galán.

Ni corta ni perezosa fui a preguntar a la persona que para mi conocía todas las respuestas del mundo: mi padre. - Papi… ¿cómo se llama el novio de Lolelina?- inquirí en mi jerga de solo tres años.

Mi padre, atareado en la mesa del comedor con labores de su profesión de economista, hizo un gesto de desconocimiento, pero yo insistía - Papiiiiiii ¿dime chico, cómo se llama el novio de Lolelina? Imitando mi lenguaje imperfecto, y a sabiendas de que sería en vano explicarme  que él no tenía por qué saber el nombre de un muchacho desconocido, optó por darme una respuesta que en ese momento me dejó complacida - El novio de Lolelina se llama Lolelino.

Aparentemente la información me satisfizo y mi papá aliviado pudo continuar trabajando. Pero, el cuento no acaba ahí… días más tarde vino a mi casa la señora Sofía, madre de la nombrada Jorgelina. El motivo de la visita era conocer a mi hermanita recién nacida.

Entre los sorbos del tradicional aliña¨o y los típicos comentarios del momento, se escuchaba mi voz que reclamaba la atención de la visitante ¡¡¡¡¡Chofía, Chofía!!!!! – gritaba yo – mientras tiraba de su falda… Cuando por fin me atendió pude decirle muy contenta - Mi papá, que es tan simpático, dice que el novio de Lolelina se llama Lolelino.

La señora un tanto lacónica, y no sin antes mirar a mi padre, contestó - No mi amor, se llama Carlos. Y cuentan los adultos que, aunque el hecho no trascendió pues la amistad con Sofía siguió intacta, mi ocurrente papá no la pasó para nada bien en ese trance.