LA PAZ DEL AGUA
El jueves después de la lluvia caminé tranquila por la ciudad y disfruté de esa gentileza que queda en el aire tras un buen aguacero. Avancé pensando en los sueños que tiene una de conocer grandes ciudades, ciudades famosas, de ensueño, y sin embargo, tal vez, no es capaz de ver y entender los detalles que adornan las calles qua uno transita, a menudo, desde niña. Me detuve en el parque Maceo, en los árboles, en los monumentos, en los faroles, en los bancos, en las flores desgajadas rutilando en el agua.
Vi cómo la vida continúa maravillosa después de la paz del agua, los muchachos jugando futbol ya refrescados, la novia buscando al novio en el ciberespacio, la algazara de un grupo tratando de arreglar al mundo, más allá mi amiga entrañable con su hijo, un amigo de mi hijo al paso con su padre, floreciendo la opuntia brava, conviviendo flores y espinas. Me sentí respirar tranquila y le di gracias a Dios por hacerme ver la gracia cotidiana.
En la Plaza Cultural me recibieron unas palomas que confirmaron el tono
apacible de la tarde, la magia de mi ciudad, sus losas sedientas y agradecidas,
su magnanimidad. Con mis ojos miopes, movidos solo por la curiosidad, seguí
haciendo fotos con mi celular. Son fotos sencillas sin información consabida de
fotografía, no son para ser evaluadas, para impresionar, son para detenerse en
nuestra ciudad y amarla.
De momento me asaltaba el
susto de mis gestiones pendientes y me preguntaba sobre mi tiempo, mis hijos y
mi madre esperándome en casa, pero el ambiente me embriagaba, me llevaba, me
detenía. Y es que es necesario detenerse para acercarse al alma secreta de los
lugares, las personas, de ciertos detalles que constituyen la gloria de
un solo día. Nuestra ciudad en los últimos años ha sido muy remozada y aún
queda mucho por hacer todavía pero es hermoso y vital reinterpretarla después
de la paz del agua.