lunes, 27 de octubre de 2014

Historias de Tía Ceci

            Desde un rincón del desván, me hacen guiños las historias de mi tía abuela paterna, "tía Ceci", como siempre le dije. Se llamaba Cecilia San Julián  y era la hermana menor de mi abuela Carmen Luisa, la "Güicha" ya presentada en este blog.
            Cecilia solo tenía seis años cuando murió su madre y, al amparo de su padre y hermanos, creció un tanto salvaje en los predios de la finca familiar en la Sierra Maestra. Allí transcurrió su niñez y los genes asturianos y boricuas conformaron en ella una mezcla que redundó en un temperamento verdaderamente temerario. 
           De su audacia fui testigo en una ocasión en que, ya anciana, trepó a una mata  tras un anón maduro que se propuso alcanzar, a pesar de los vanos intentos de hijos y sobrinos por disuadirla de tan descabellado empeño. De tal  lance salió ilesa, aunque con un tobillo fracturado al gotear, fruto en mano, desde el pimpollo del árbol. Ya en el suelo, ni siquiera el dolor en el pie le impidió saborear el objeto de su deseo.
           En su infancia Cecilia nadaba como un pez en los ríos que bajaban cristalinos desde las serranías y, para asombro de los monteros más capaces, hasta tenía éxito en la doma de toros y caballos. En sus años mozos fue a vivir con mi recién casada abuela  a un central de la actual provincia de Holguín.
            En el batey del ingenio mi tía abuela atrajo a más de un pretendiente, pero también se las ingenió para ahuyentarlos, a algunos de manera ex profesa y a otros, sin ninguna intención. Entre esos útimos estuvo el caso de un amigo de mi, entonces, joven abuelo que, atraido por la cuñadita de este, solía hacer formales visitas nocturnas a la familia.
        Resulta que el admirador era excesivamente locuaz y sus interminables charlas causaban sueño a mi tía que, a veces, hasta se dormía. En una ocasión, mientras el visitante nombraba a los miembros de su extensísima parentela, Cecilia se rindió en el sillón. Cuando despertó, había cambiado el tema de la charla y el conversador mancebo hablaba con mis abuelos de lo simpáticos que eran los monos del circo Pubillones.... Fue en ese momento que la muchacha, afanada por disimular su siesta e insertarse en la plática, preguntó cándidamente al galán -  ¿y también esos son parientes suyos?
          Se comprenderá que esa fue la última visita del comunicativo pretendiente, pero la protagonista de mi crónica no lo lamentó, pues muy pronto conoció al único hombre de su vida, Francisco Bacallao. Con él, siendo aún novios, fue a la casa de su padre en la Sierra y en la estación del tren los recibió, con sendos caballos, su hermano Perucho. Tras los saludos y, muy delicadamente,  la joven pidió a su hermano que le ajustara la montura y este con su habitual rudeza le respondió - Vamos Cecilia, no se haga la fina, que usted monta caballo al pelo.... Pero ni esa, ni ninguna de las peculiaridades de la benjamina de los San Julián menguaron el amor de Paco por su Ceci.... Juntos formaron una linda familia,  envejecieron y tan solo la muerte los separó.