miércoles, 28 de septiembre de 2016

Con chancleticas al cielo



Quienes me acompañan desde la primera palabra de esta publicación conocen ya a mis abuelas y ahora vuelvo a aludir a la materna, tan peculiar ella como su nombre que, por cierto, era Prudencia.
La madre de la autora de mis días rendía honor a su patronímico y solía meditar muy bien sus actos. Muchas veces hacía que quienes la rodeaban también fueran prudentes y lo lograba con oportunos y atinados consejos. Tales consejos eran siempre aderezados con refranes. 
Si, en efecto, mi abuela era de esos seres que matizaban su plática con sabias sentencias populares y, además, con simpáticos dicharachos, muchos de los cuales se los escuché decir a ella y a nadie más.
Entre sus numerosos dichos figuraba uno que motivó una curiosa anécdota. Sucede que a menudo mi abuela se refería a algún familiar o amigo con la siguiente frase "Fulana o Mengano va a entrar al cielo con chancleticas y todo..."
Mi hermanita y yo escuchábamos ese comentario y nos mirábamos intrigadas. En mi caso, con el raciocinio de mis siete años, me percataba de que los merecedores de ascender al reino celestial tan cómodamente eran personas asiduas a nuestra casa que se destacaban por su bondad y disposición para servir al prójimo. Entonces, pude formarme una idea bastante cercana al significado de la frase. Pero su connotación para mi hermana de cuatro años adquiriría otros ribetes.

Sucedió que un día mi madre hacía la habitual limpieza del patio y, luego de recoger la basura en un saco, decidió incluir entre lo desechable un par de chancletas viejas de mi abuela, previo consentimiento de esta, pues solo eran usadas para lavar. Finalizada la tarea, el saco fue colocado en la calle, al lado de la portada del patio, donde a la mañana siguiente sería recogido por el carretonero que transportaba la basura.
Hasta ahí todo en orden, pero cuál no sería la sorpresa de mi madre, cuando al otro día descubre bajo el lavadero, o sea, en su sitio acostumbrado, el par de chancletas viejas que estaba segura de haber botado. Extrañada preguntó a mi abuela si ella había recogido el casi inservible calzado y esta lo negó, entonces se repitió la operación de la jornada anterior y  el hecho se olvidó.

Sin embargo, cuando nuevamente y como por arte de magia las consabidas chancletas aparecieron en el patio, mi madre, con la certeza de no estar loca, decidió aclarar el asunto que ya tomaba visos de misterio. 
Tras acopiar la basura, colocó por tercera vez, las chancletas encima de todo e hizo un amarre fuerte. Listo el saco para la recogida matinal se dedicó a vigilarlo y se admiró sobremanera al descubrir a mi hermana desatando la soga y rescatando las chancletas para llevarlas a hurtadillas al lavadero. 
Fue allí, cuando se disponía a devolverlas a su sitio, que la sorprendieron in fraganti. Entre sollozos mi dulce hermanita explicó entonces el motivo de su "delito" "!Mamá, tú no puedes botar esas chancleticas, porque son las de mi abuela entrar al cielo!"

Es de suponer que, ante semejante argumento, la niña fue consolada con muchos besos y abrazos. De más está decir, que las viejas chancletas volvieron invictas a su lugar de honor, bajo el lavadero, y permanecieron allí, felices y respetadas, por muchos, muchos años....

Con chancleticas al cielo

Quienes me acompañan desde la primera palabra de esta publicación conocen ya a mis abuelas y ahora vuelvo a aludir a la materna, tan peculiar ella como su nombre que, por cierto, era Prudencia.
La madre de la autora de mis días rendía honor a su patronímico y solía meditar muy bien sus actos. Muchas veces hacía que quienes la rodeaban también fueran prudentes y lo lograba con oportunos y atinados consejos. Tales consejos eran siempre aderezados con refranes. 
Si, en efecto, mi abuela era de esos seres que matizaban su plática con sabias sentencias populares y, además, con simpáticos dicharachos, muchos de los cuales se los escuché decir a ella y a nadie más.
Entre sus numerosos dichos figuraba uno que motivó una curiosa anécdota. Sucede que a menudo mi abuela se refería a algún familiar o amigo con la siguiente frase "Fulana o Mengano va a entrar al cielo con chancleticas y todo..."
Mi hermanita y yo escuchábamos ese comentario y nos mirábamos intrigadas. En mi caso, con el raciocinio de mis siete años, me percataba de que los merecedores de ascender al reino celestial tan cómodamente eran personas asiduas a nuestra casa que se destacaban por su bondad y disposición para servir al prójimo. Entonces, pude formarme una idea bastante cercana al significado de la frase. Pero su connotación para mi hermana de cuatro años adquiriría otros ribetes.

Sucedió que un día mi madre hacía la habitual limpieza del patio y, luego de recoger la basura en un saco, decidió incluir entre lo desechable un par de chancletas viejas de mi abuela, previo consentimiento de esta, pues solo eran usadas para lavar. Finalizada la tarea, el saco fue colocado en la calle, al lado de la portada del patio, donde a la mañana siguiente sería recogido por el carretonero que transportaba la basura.
Hasta ahí todo en orden, pero cuál no sería la sorpresa de mi madre, cuando al otro día descubre bajo el lavadero, o sea, en su sitio acostumbrado, el par de chancletas viejas que estaba segura de haber botado. Extrañada preguntó a mi abuela si ella había recogido el casi inservible calzado y esta lo negó, entonces se repitió la operación de la jornada anterior y  el hecho se olvidó.

Sin embargo, cuando nuevamente y como por arte de magia las consabidas chancletas aparecieron en el patio, mi madre, con la certeza de no estar loca, decidió aclarar el asunto que ya tomaba visos de misterio. 
Tras acopiar la basura, colocó por tercera vez, las chancletas encima de todo e hizo un amarre fuerte. Listo el saco para la recogida matinal se dedicó a vigilarlo y se admiró sobremanera al descubrir a mi hermana desatando la soga y rescatando las chancletas para llevarlas a hurtadillas al lavadero. 
Fue allí, cuando se disponía a devolverlas a su sitio, que la sorprendieron in fraganti. Entre sollozos mi dulce hermanita explicó entonces el motivo de su "delito" "!Mamá, tú no puedes botar esas chancleticas, porque son las de mi abuela entrar al cielo!"

Es de suponer que, ante semejante argumento, la niña fue consolada con muchos besos y abrazos. De más está decir, que las viejas chancletas volvieron invictas a su lugar de honor, bajo el lavadero, y permanecieron allí, felices y respetadas, por muchos, muchos años....

Por un tilín

Mi hijo transita por los años de la adolescencia y, ante cada desafío educativo que -cual gigante- se planta a menudo delante de mí, suelo refugiarme en el recuerdo tierno de algunas anécdotas divertidas protagonizadas por mi unigénito en un pasado todavía reciente.
Una de ellas tiene que ver con la enseñanza de la historia. Resulta que llegó a su escuela una de las llamadas visitas de la nacional o del nivel central, como también jocosamente se nombra en provincias a las inspecciones de las instancias habaneras de cualquier sector.
La comitiva evaluadora se presentó en el aula de segundo grado de mi niño y entregó papelitos para una sencilla comprobación. Verificarían algunos conocimientos básicos de los pequeños en torno a héroes de la patria, toda vez que en el primer ciclo de primaria aún no se imparte la asignatura de Historia de Cuba.
Concretamente los estudiantes debían escribir dos oraciones sobre el Che. Los alumnos pusieron manos a la obra y en medio del silencio mi hijo levantó la mano y desinhibido, como era en esa época, preguntó:
-      Maestra ¿cómo se escribe pollo?
Su profesora, robusta docente de más de treinta años de experiencia, picada por la curiosidad y evidentemente un tanto molesta le espetó en voz alta:
-      Pollo se escribe con doble L… pero, a ver Eduardo, léeme ahí tu oración ¿se puede saber que estás poniendo sobre pollo en algo acerca del Che?
Ni corto ni perezoso el interpelado leyó:
-      El Che peleó valientemente en el Combate de Pollito.
La maestra rio estrepitosamente. Al instante había comprendido lo que sucedía y de inmediato lo explicó a la visita. La semana anterior se había hablado en el matutino del combate de Alegría de Pío. Entonces la carcajada fue general.
Los educadores habaneros quisieron llevarse la pregunta escrita de mi hijo como recuerdo y, más allá de lo hilarante de la situación, al chico habría que felicitarlo. En primer lugar había demostrado que en la escuela se hablaba de historia fuera de las aulas, pero además resulta encomiable el hecho de que no se conformó con mencionar virtudes del heroico guerrillero, quiso ser más específico y citar un determinado hecho, admira también el despliegue de recursos nemotécnicos que en segundos revolucionó su cabecita de siete años en aras de recordar el nombre de la batalla citada.
Como se dice en buen cubano solo falló por un tilín porque, a fin de cuentas… ¿quiénes pían más alegremente en este mundo? Los pollitos...