domingo, 17 de marzo de 2013

Cementerio de pantalones

En este desván ya he hablado de mi abuela materna y, como ella,  la paterna también tenía una personalidad atractiva. Se llamaba Carmen Luisa San Julián Pagán y era hija de español y puertorriqueña. Sus nietos la llamábamos simplemente abuela Güicha y en las vacaciones que pasé junto a ella en Camagüey disfruté mucho de sus cuentos, sobre todo durante largas sobremesas.

El padre de mi abuela fue un asturiano llegado a Cuba, a inicios del siglo XX, siendo apenas un adolescente. A fuerza de trabajo y mucha austeridad, el emigrante fomentó poco a poco algunos bienes en las estribaciones de la Sierra Maestra. Allí llegó a poseer tierras, una despulpadora de café y una panadería. Su esposa, mi bisabuela, murió prematuramente dejándolo viudo y con cuatro hijos. Decidió él no poner madrastra a su prole y entre todos se repartían los múltiples quehaceres del hogar. Tocaba a mi abuela, con 12 años, hacer el lavado de la ropa, que incluía las mudas de trabajo de los jornaleros que laboraban en la finca familiar.

Narraba ella que, al enfrentarse a la ropa de los obreros agrícolas, los pantalones estaban tan mugrientos que la asustaban e invariablemente rompía a llorar sin consuelo. Solía acudir en su auxilio su hermano más afín, cariñoso y complaciente. La pequeña lavandera se quejaba "!Ay Perucho, mira estos pantalones, están tan tiesos del churre que parecen hombres que se van a fajar conmigo!" Él la consolaba diciéndole "No llores Güichita, verás como te voy a ayudar, escoge el pantalón más sucio de todos y ahora mismo lo desaparezco".  Mi abuela aceptaba la sugerencia y Perucho se internaba en los sembrados cercanos a la vivienda, abría un hueco y enterraba el pantalón de marras. Luego, si sus tareas de "hombrecito ocupado" se lo permitían, regresaba y hasta la ayudaba a lavar.

El hecho pasaba desapercibido gracias a la discreta complicidad de los hermanos y, al no tener consecuencias, se repetía reiteradamente. Siempre les extrañó a los dos implicados que no trascendiera nunca  la desaparición de las prendas de vestir y lo achacaban a la permanencia transitoria de los jornaleros en la finca, donde se les proporcionaba, además, la ropa de trabajo.

Muchos años después, tras el triunfo revolucionario, las tierras de mi bisabuelo fueron confiscadas mediante la ley de reforma agraria y, entonces, por aquellos lares se levantaron varias construcciones. Ya anciana, mi abuela se preguntaba, en sus tertulias de sobremesa, qué dirían las personas que removieron el terreno en los predios de la familia San Julián Pagán al encontrarse tantos pantalones enterrados.....


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