viernes, 4 de enero de 2013

Más remembranzas...



En este rincón del desván pueden descubrir que amo a mi pueblo incondicionalmente. Siento orgullo de su historia, de sus generales mambises, en especial del llamado León de Santa Rita, Vicente García González, maltratado, por cierto, en páginas escolares que ahora se enmiendan.

Me conmueve la casi total ausencia del estilo colonial en la arquitectura de la ciudad de Las Tunas, y es que esta comarca fue incendiada durante las guerras independistas en patriótico holocausto protagonizado por sus hijos.

Singulares son las leyendas de esta zona, como la de un jinete sin cabeza que salía en busca de venganza por determinadas calles y presagiaba desgracias. Los tuneros evocaban entonces el final trágico de un amor apasionado entre un indio y una joven descendiente de españoles, génesis de la leyenda.

Además, determinados eventos naturales han tornado peculiar a la región, como aquella fabulosa granizada de 1963, que bien podía haber surgido de la pluma de García Márquez.

Así, cercanos a lo real maravilloso, son los hechos que ocurren por mi tierra y de ella quiero destacar particularmente a ciertos personajes pintorescos. Se trata de seres alejados de la cordura que antaño caminaron por nuestras calles y fueron populares precisamente por su aparente locura.

Específicamente me refiero a tres amados locos de Las Tunas que ya no están entre nosotros: Pu pú, Sapi Sapi y Felicidades. Ellos aportaron matices a la cotidianidad de los años 60, 70 y 80 del pasado siglo. Pu pú era una mujer muy pulcra y silenciosa, con fama de beldad en sus años mozos, pero que en su madura adultez intrigaba a todos con un apuradísimo andar, un tanto inclinado hacia delante, que recordaba a una locomotora. De ahí surgió el apodo, pues los niños solían gritarle a su paso ¡pu pú cha chá! ¡pu pú cha chá! ¡el tren se va! Esto encolerizaba a la señora y pobre del que fuera alcanzado por las piedras que lanzaba. Si no se le molestaba era muy pacífica y pertenecía a una de las familias más antiguas e ilustres de la localidad.

Por su parte, Felicidades fue, más bien, ese típico cubano que suele reirse hasta de las vicisitudes propias, solo que él lo hacía en décimas y estas versaban sobre cualquier situación. Frecuentemente solía aludir a los avatares de la Cuba de la década del sesenta, cuando la naciente Revolución luchaba por imponerse al bloqueo y a otras zancadillas económicas y de otra índole, provenientes de nuestro prepotente vecino del norte. 

Las carencias, las colas, las movilizaciones eran temas frecuentes de sus versos. Y cuentan que era habitual verlo rodeado de personas riendo a madibula batiente cuando se auxiliaba de las rimas para decir cosas como esta: "... pinto una cafetería, desde luego sin café... también pinto un comité cuidando tiendas vacías... una anciana organizando una cola que crecía... y un carro grande anunciando otro juicio popular... más, no he podido pintar el hambre que estoy pasando".

Por último, Sapi Sapi, apareció de repente, morral al hombro, musitando una jerga incomprensible. Pronto su presencia se hizo recurrente en la cercanía de terminales y cafeterías. Un día, tal y como llegó, se esfumó y el rumor popular asoció su desaparición a la permanencia en Las Tunas de algunos técnicos soviéticos que brindaban su colaboración en diversas ramas. La explicación fue que el enigmático hombre era ¡nada menos! que un criminal nazi fugitivo que se escondía bajo el disfraz de mendigo desquiciado y que los rusos lo habían descubierto. Se llegó a comentar que fue extraditado para recibir su sanción.

Sin embargo, a los tuneros comunes que conocieron a estos tres personajes no les consta que Sapi Sapi fuera en realidad un alemán del Tercer Reich, pero si admiten que su nombre surgió aquí, debido a su extraño lenguaje del cual apenas captaban esas sílabas sapi sapi sapi…. tampoco podrán afirmar nunca, de manera categórica, que las décimas de Felicidades fueran aprendidas y dichas de memoria o improvisadas, aunque si dan fe de lo divertidas que resultaban y de que siempre defendió a la Revolución; mucho menos, sabrán el por qué del apuro constante de Pu pú. ¿Cuál razón la impulsaba a caminar casi corriendo, a riesgo de ser objeto de burlas? Algunos afirmaban que era una suerte de Penélope a la inversa, en vez de esperar paciente a su amor eterno optó por ir a buscarlo, y el empeño no admitía demoras... pero, tanto su caso como los anteriores fueron objeto de muchas especulaciones y eso hace que habiten en el terreno de las fabulaciones.

Lo cierto es que estos tres seres colorearon los días y las noches de Las Tunas y ahora regresan conminados por este llamado de la nostalgia. Están nuevamente aquí, para patentizarnos aquello de que “loco es aquel que lo ha perdido todo, menos la razón”, tan sabiamente expresado en las páginas de “El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha”.

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